lunes, 20 de julio de 2009

El albedrío de una demente






Hoy me siento ante el color de la desdicha
y aquella sonrisa que solía caminar entre mejillas
pertenece hoy
al crepúsculo de un día de Julio.

El talante de los transeúntes
se viste de chubascos y temporales que abofetean
en mudos gritos, ahogos, y tristezas
la sal que reseca mi cordura.

Y así transcurre el dolor
como protagonista de un circo de la vida,
escondiendo en la farsa de risas y alegrías

la sangre de la herida
que dibujó el roce de mis labios
al besar el borde de sus dedos.

He vuelto a fallar a favor de mi demencia
en la pretensión de ilusionar en una mentira
las manos que protegían mi avenida.

Es el juego de siempre
lanzando mis zapatos al abismo,
durmiendo en los rieles del tiempo,
desangrando los ojos ante el sol.

Si pudiera mantener vivo
el silencio de la distancia,
lanzaría la semilla de mi intuición
a la plegaria de sus pensamientos
para hacerla parte de mi ecuánime albedrío.

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