martes, 16 de noviembre de 2010

Y tú...¿hiciste algo?



Hoy me senté a estudiar para mi examen de título, así como lo he hecho en varias oportunidades este último tiempo. Sin embargo, dentro de todas las cosas que he leído, hay una en particular que me llevó a escribir este texto. El maltrato infantil. Sin duda se trata de un tema hablado, conocido y en el cual se han realizado intervenciones a nivel país y a nivel mundial. Pero aún así me pregunto: ¿Por qué sigue ocurriendo?
Los teléfonos de denuncia son varios. Los lugares para acudir en caso de violencia, existen. Pero el gran problema pasa por decidir quién denuncia, quién da la alarma de alerta. En nuestro país la situación es clara, y debo decir que lamentablemente clara. Las familias chilenas se preocupan por mantener su privacidad, en hacer hincapié en el dicho “la ropa sucia se lava en casa” y que “no hay que meter la cuchara en asuntos ajenos”. ¿Qué ocurre cuando escuchamos o vemos que en la casa de nuestros vecinos se oyen gritos o golpes extraños? Callamos.
La crianza a la antigua, la rigidez de la educación... ¿pasará por una cuestión cultural? Imagino que así es. El palmetazo por desobediente, los gritos de los padres cuando los niños se portan mal. Pero… ¿qué ocurre cuando esos palmetazos dejan una secuela física grave? o cuando los gritos no son sólo gritos, sino susurros que van acabando poco a poco con el autoestima de un ser tan indefenso que ni siquiera es capaz de vestirse de adulto para implorar por un poco de cordura o de piedad.
Hay personas, hoy adultas, que vivieron o plasmaron su niñez en ambientes hostiles, personas que afortunadamente tuvieron la suerte de salir vivos del maltrato físico, psicológico y sexual. Pero que contienen cicatrices que van más allá de una marca en la piel. Son recuerdos que difícilmente se olvidan o se perdonan.
Hace algunos años, en mi condición de infante pude ver, sentir y escuchar a adultos que cuchicheaban acerca del maltrato hacia un niño. Tiempos en los que nadie hizo absolutamente nada. ¿Por qué? Todos sabían, todos lo conocían a él, a su familia y a las condiciones en las que vivían. En este caso, era uno de los padres el maltratador, pero el otro callaba, aceptaba y permitía. En conclusión, eran dos los maltratadores. Por otro lado estaban los que sabían, que “a ojo”, podría contabilizar unos 5 o 6 más (adultos). Sumando y restando, son casi 10 los maltratadores directos e indirectos. Nada más que por omisión.
¿Acaso nadie recordaba que cuando ellos eran niños, su ciclo vital, emocional y psicológico no estaba preparado para enfrentar una situación adversa de ese tipo y mucho menos, para gritarle al mundo que los ayudaran? ¿Alguien se ha sentado a pensar, alguna vez, lo que significa estar en el lugar de esos niños? ¿Alguno de esos 5 o 6 adultos?...
Hoy, soy parte del área de la salud. Un miembro más de tantos que tiene como función identificar, denunciar y rehabilitar a niños que han sido abusados o maltratados. Pero lamentablemente, muchas veces no basta con verlos una vez. Es necesario que alguien más tome el valor de salir a la calle, de dirigirse a un establecimiento de denuncias y de contar lo que sabe, lo que conoce.
Quizás hoy fue un moretón en el ojo y un insulto que lo situó por debajo de la escala de lo inhumano, mañana puede ser un brazo fracturado y un día entero sin haber recibido comida. Pero la próxima semana puede no haber un niño vivo a quien ayudar, a quien salvar.
Las cosas no dejan de existir cuando hacemos de cuenta que no ocurren, tampoco dejan de estar ahí cuando desviamos la mirada hacia un escenario más lindo y pintoresco. Las heridas no desaparecen si no las curamos y los niños, no se pueden cuidar solos. Hay que cuidarlos. Debemos cuidarlos, hacernos responsables por todo lo que ocurre a nuestro alrededor y no sólo del calor de hogar o de los problemas que existen al cruzar la puerta de nuestras casas. El mundo es más que eso y se va forjando con personas que tuvieron una infancia, la cual depende de nuestras acciones, aunque no sean nuestros hijos.
Por una única vez, intentemos imaginar a un niño con lágrimas en los ojos, tapándoselos para no ver la realidad que están viviendo, para esconderse de un infierno que no desaparecerá con un par de manitos frente al rostro… que grita, que pide ayuda, que implora por no ser golpeado, que pide perdón mil veces para intentar aminorar el dolor, para pensar que alguien, por más ajeno que sea para él, lo escuche y le salve la vida.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Cuando no muera

Cuando me percaté
de que mi cara esbozaba una sonrisa de niña inocente,
decidí renegar contra mi fenotipo.
Preferí pensar en la muerte
y cambiar la sonrisa inocente
por una sonrisa inevitable.
Aquella que acompañará las carcajadas
que gritarán sobre tu hombro
cuando venga a tirarte las patas en la noche.

Peces