domingo, 9 de septiembre de 2012

Un final como todos


Ella no sabe distinguir entre un coqueteo y una burla,
por eso se despeina y se pinta los labios.
Tiene amores inalcanzables,
un gato raquítico y un canario
que cada mañana intenta escapar.
Se baña y fantasea.
Casi no duerme, apenas respira
y aún así, fuma como desesperada.
La llaman “señora” antes de cumplir los treinta,
dicen que se le pasó el tren,
se ríe.
Canta, a veces
para espantar, con paciencia, la soledad.

Él regala flores cuando están en oferta.
Es un tipo normal,
ni alto ni bajo.
Moreno y algo calentón.
No ama, pero miente de vez en cuando.
Pasa todos los días por una cerveza helada,
incluso en invierno.
Él no lo sabe, pero espera encontrarla a Ella.
Las calles son interesantes cuando llueve
y la gente no lleva paraguas.
Más aún cuando tu casa está cerca
y Ella, está mojada.

Sí… pasó…

Pero el final es como todos.
Ella sigue esperando el tren mientras la llaman “señora”.
Él continúa yendo al mismo bar
y pretendiendo amar,
cuando es necesario.

Mientras tu boca va olvidando mi nombre,
la mía aprende a deletrear el tuyo.
Mientras tus manos recorren otros caminos,
las mías se deshacen en despedidas.
Mientras esperaba,
noté que la acera se hizo grande
y las calles fueron quedando atrás.
Noté que tus pasos se detuvieron
y yo seguí mi camino.
Nos rendimos.

...



Hoy me despojé y tuve miedo.
Irreconocible, déspota,
dañina ante la esencia.
Ya no sé lo que vi
ni lo que toqué.
Fui verbo coagulado,
sombra erecta
bajo el pretexto de eclipsar
el desgaste de su ausencia.
Me apoyé en los ojos
que se confundían con las paredes desteñidas.
Hoy me despojé y no tuve fe.
Fui cómplice de lo pendiente
y mis bolsillos se marcharon rendidos,
porque era demasiado temprano,
porque en ellos,
no cabían mis manos…

Peces