lunes, 16 de noviembre de 2009

Soy muda, pero quisiera ser sorda

Tal vez llegué tarde al festín de insomnios
mientras apagaba el cigarro en el borde de la ventana.
Quizás el tiempo no borró las huellas
escondidas bajo la hoja manchada de café sin azúcar.

Soy muda.

Y en mi silencio obligado,
suelo gritar notas repetidas
(saberlas repetidas me hacen gritar más)
que se aplican a la mitad de la escala musical.

Quisiera ser sorda y no muda,
quisiera oler y no sentir el aroma
que emana,
raspante
tu espera.

Quizás llegué tarde,
quizás antes de tiempo.

¿Pero antes de qué?

Antes de ella,
del tiempo.

Antes de que se acabe el vino
que servimos en una copa trisada,
con la certeza de que al quebrarse
desmoronaría la sangre que mañana,
inevitablemente,
brotará de nuestras manos.

Sigo muda,
queriendo ser sorda.

Sigo esperando,
queriendo partir.

Habita el tiempo en mí

Me cansé de señalar la grieta de un muro
cuando atrás hay un extenso valle
de soles besados por tu ausencia.
Recórreme en el viento que se viste de otoños
y habita la dermis que saborea
la arbitrariedad del tiempo.
Exclama con punto y coma en el veneno
que inocuo, yace en mi vientre.
Déjate caer en la punta de mis dedos
para levantar en un suspiro
el aliento que al son de una gardenia
contempla el bolero de una noche sin oscuridad.
Habita el roce y la fusión de gemidos
que atrapa el nosotros en un ente sin razón,
sin deseos ni placeres.
Un ente que recorre, al partir
lo que no quedó de ti ni de mí.

domingo, 8 de noviembre de 2009

En tus manos


Es de soberbios alzar un grito ante una muralla
y desobedecer al amo del concreto
que en el abstracto de su idiosincrasia
se evapora en el sonido.

Tras el choque que sufrí en la oscuridad,
perdí las manos y los pies.
Colgajos de tendones
se hundieron en los huesos astillados
que acariciaron tus ojos y los párpados del sueño.

Sólo la boca se hizo presente e indemne ante tal destrucción.
Con ella me desangré
hasta perder la lengua en tus rodillas
y resignada al vaivén de mis arterias
me entregué a tus brazos.

Regresé…
y en el regreso que coaguló el beso de despedida
servimos una copa que no era tuya ni mía.
La copa de una virtud que no llegó,
de una esperanza que se perdió en la orilla de un mar sin nombre
y con el paso corto y cansado,
ofreciste tus manos a mi alma.

Con el corazón entre las uñas,
pudiste comprender que se estrujaba
y fuimos nosotros, no ellos
quienes amamos la penumbra de un mundo
que ante tus ojos,
decapitó la vergüenza y el espanto.

De formas diferentes

De formas diferentes
conozco el lazo que retiene tu aliento a mis caderas.
El séquito de plateados fluidos
que descienden al abismo,
al vacío palpitante de una pared sin muros,
regresa a besar el vientre que alimenta el calor
y el deseo de beber las ansias.


Somos algo,
un eterno y mortal,
una caída y una extraña necesidad.
El verbo y el adjetivo de roces descalzos,
una playa y una estrella que se posa en mi pecho
para nacer en un grito que pide más.


Amanece
y en el vaho de tu aliento
se desprende un dedo que apunta hacia mi cuello.


Y es así, como en un acto innato de dependencia
me esclavizo a la química de tu sudor
y a la erótica admiración de tus pupilas.

Peces