lunes, 24 de agosto de 2009

Bebiendo cenizas

Compadezco al cigarro que yace en su cenicero,
compartiendo su mortalidad.
La humanidad los aclama,
los llora, los pelea;
mata por hallar el camino que arrastra sus cenizas,
hasta consumirlos
acabados,
solos...

Comeré de las cenizas que se estrechan.
Diluidas en alcohol, encenderé la fe
y beberé lo consumido,
lo apagado.

Me alimentaré de dinero,
de las frustraciones y la preocupación.
Celebraré casamientos y bautizos
compartiendo alegrías y complicidad.

Mi esófago apaciguará el cigarro del asesino
que viola a su víctima con el filtro apegado a sus labios;
el de las vírgenes
que fingen hacer el amor en sus pulmones.

Beberé las cenizas de las prostitutas
esparcidas y húmedas de fluidos,
rasgando mi garganta en mitades sin definir.

Esconderé entre los dientes,
el humo que nació con las escolares;
levantando sus faldas desvergonzadas
que buscan ojos de párpados entreabiertos.

Así bebo el llanto de su desesperación
y el secreto de tus días interminables;
mientras fumo el último cigarrillo del día.

Mi Palco



Si tal vez soy capaz de distraerme cuando juego con mi propia vida
puedo aniquilar las palabras,
incluso las mismas frases que intento lamentar.
Puedo dar amor y renacer cantando,
quizás abofetear al tiempo
y caminar
por el borde de la arena que sigue mi sendero.
Soplar en una hoja en blanco y escribir mi aliento
Escuchar...
escuchar algo que no quiere dejarse oír
¿Es locura?
¿Es absurdo pedir que la sombra se enrosque en mi cintura?
Prefiero espinar mi vida,
lanzarme en una cuerda floja
y gritar hacia adentro.
Decidir que no me importa
y que la humanidad que cerca mi destino se haga historia,
se haga incluso muerte.
Quiero negar que pienso, que pregunto.
Mi palco se inunda de mis desventuras
y de la sal que se mece en mis epicantos.

viernes, 14 de agosto de 2009

Infierno sin garantía




Soy tu infierno,
el que se desvela al revés de tu vida
y arrasa con el extremo de tu sensibilidad.


Soy la ley
que decreta el luto de tus latidos,
amargándote los sueños
y silbando la muerte en tu oído.


Alcancé a tallar en tu columna
el escalofrío de mis entrañas,
armando la mentira
que reclama la sombra de tu olvido.


Soy la vacante dispuesta,
el límite exacto de la asfixia,
la que despierta al terminar el día
-con aroma a muerte-
sin derecho a cambio ni garantías.


Agosto de 2009

martes, 11 de agosto de 2009

Reflexiones de una futura enfermera

Tal vez la existencia de mi propio individualismo me lleva a pensar en la razón que delimita mi estadía aquí. Sin embargo, imaginar que me alejo de lo que vivo día a día, nubla la posibilidad de extender el horizonte que yo misma, juzgo como el único camino a seguir.
Analizar el entorno que se abalanza ante la inminente resaca de un sistema sin sentido que no intenta ocultarse y que, al contario, muestra la crudeza de intensos desatinos, consigue instaurar el elevado desamparo del alma que clama el roce de unas manos o el susurro de un segundo que, a pesar de lo ridículo que pueda pensarse, determina una sonrisa que quizás, eleve las ganas de vivir y no dejarse derrotar.
Es sabido que la enfermedad deja entrever la vulnerabilidad de un individuo el cual, ante la desgracia que lo obliga a enfrentar la absurda realidad de ser quien ayer solía ser, entrelaza los días pálidos y las paredes inertes de una sala de hospital. El tiempo se estira y se encoje, se detiene y avanza a instantes, se cuela entre las batas blancas y los tubos que perforan la indemnidad de su dignidad ahora ultrajada, mañana extinta.
¿Por qué nos cuesta entregar la “palabra de aliento”? Quizás porque tememos decir lo incorrecto o tal vez, avanzar hacia el miedo que yace dentro del cofre tendido en aquellas camas, hacia la angustia que brotarían de lágrimas a las cuales prometeríamos una salvación que se resume en la pausa para alcanzar la paz y el descanso de un sufrimiento que va más allá de la misma enfermedad. Esa pausa que promete una vida eterna, una entrega desmedida a la fe que no es nuestra, que no es mía. Determinar que al cerrar los ojos, el latido que entrega sus signos vitales se torne el fracaso de aquello por lo que luchamos y por lo que hemos sido formados. ¿Hasta qué punto vale la pena salvar una vida? Cuando en realidad, la decisión ni siquiera es nuestra.
Sólo resta respirar hondo y consumir aquél aroma de hospital, aquella mezcla de vida y muerte, de silencio y agonía, de alegría y de tristeza que inevitablemente llevamos a cuestas y que por más absurdo que resulte en ciertos instantes de nuestra vida, se acumula en el alimento que nos lleva a elegir lo que hacemos y a seguir adelante sin temer al enfermo que sufre, si no a nuestro propio desprecio ante el dolor ajeno y al inevitable contacto de la muerte inminente, tan ajena a nuestra propia vida y tan presente en aquella cama, al fondo de la sala de un pasillo lleno de nada.


Danae Alvarez Cisternas
Agosto de 2009

jueves, 6 de agosto de 2009

Te pinté en las piedras




Quise definirte bajo las cartas desteñidas
y dormidas en la inocencia de tu aliento,
mirar hacia el interior de tus ojos
y respirar el sabor de tu beso.

Quise,
-en el anhelo de mis emociones-
fusionar mi existencia junto a la tuya,
imaginarte en la arena que me alimenta
y pintarte en las piedras que abracé.

Mirándote en aquella llama,
se quebraba el cielo, dividiendo mis mundos.

Bajo la sábana y sus manos
te viví y te soñé.

lunes, 3 de agosto de 2009

Sueño de infancia


Me ahogué mil veces allí.
Regresé al vacío para recordar
y sentir que no había nada.

¿Lágrimas?
No.
Era agua, era niebla.
Era el llamado de lo que busco
y aún no encuentro.

Peces