lunes, 26 de octubre de 2009

Sin razón ni arrepentimiento

Nació la confusión al interior de sus entrañas cuando adivinó que la muerte no era más que polvo. Tal vez pensó en cobijar el dolor de una mentira, abandonando los ejes colectivos que nacieron de aquella cruel verdad sin embargo, alcanzó a ver entre la rendija de la puerta que la sangre era también algo nuevo, más roja de lo que pensaba.

De vez en cuando se cruzaban imágenes de escenas que arrastraban gritos resonantes y golpes que desvalorizaban su integridad de ser humano, la cual se resumía a un par de zapatos comprados un par de meses atrás con el dinero que había hurtado de una vieja hipócrita que solía saludarlo por las mañanas, pero que en realidad deseaba verlo muerto y arrastrando sus harapos alrededor del río que quedaba cruzando la calle. A fin de cuentas, sabía que ese sería su destino. Aquella voz no mentía y reclamaba la conciencia que se perdió hace algunos años, cuando descubrió que la imagen paterna que yacía en sus ojos, noche a noche se transformaba en un motivo envuelto de tactos y grasas sudorosas. Aquellas noches que dentro de la impotencia de su llanto sentía placer culpable y una desmesurada rabia que se derramaba hoy, frente a sus ojos y bajo sus manos.

Dirigiéndose a la habitación que enmarcaba la tormenta sangrienta y ansiosa, sacudió su cabeza intentando buscar una pizca de conciencia, quizás una explicación para comprobar que no era él el culpable de la bilis derramada sobre el piso. Casi en un gesto de clemencia se acercó al rostro de su madre, viendo en ella algo más que un cofre de sueños vacíos. No fue arrepentimiento, no fue dolor, ni siquiera un poco de amor. Sólo fue un beso de despedida y de súplica, preguntándole por qué aquella voz continuaba gritándole que jamás lo quiso. Cinco años atrás la amó, cuatro años atrás le tuvo miedo y hace un mes la odiaba.

La otra figura que trepaba el suelo agonizante era la de su padre, el miserable cuerpo que bebió de sus entrañas tanta basura desperdiciada en sueños húmedos y en una vida arrancada desde un tiempo que no pudo recordar. Lo miró de lejos con un leve desprecio y al mismo tiempo con tranquilidad. En ese instante no pensó, sólo desvió el rostro y vislumbró una lágrima en su mejilla. ¿El aplanamiento afectivo era real o simplemente un síntoma encontrado en libros y que comúnmente oía entre el personal médico durante sus internaciones? Era una lágrima si, una gota de agua salada que quitó con su mano izquierda.

La noche no era del todo oscura y decidió visitar el río que cruzaba la calle. En medio del caudal respetable y orgulloso, la imagen de lo que parecía un ángel lo llamó. Mientras su respiración cesaba entre burbujas de agua y un zapato viejo que se enroscó en su cuello, aquél ángel lo perdonó y así se dio cuenta de que la muerte era más que polvo. Era un ángel, un río y un zapato.

jueves, 22 de octubre de 2009

Son las ocho de la mañana

A veces la inocencia
se torna el blanco perfecto de una resignación
y la oscuridad
deseable y placentera,
presiona un destino que se convierte en un susurro.
¿Es suficiente clamar por un minuto que no avanza?
¿Es necesario pedir ayuda y gritarle al propio eco?
-Si aún te importa, no me lo digas-

Lo etéreo se desvanece en un sabor conocido
y termina cantando una melodía que suena a desperdicio.
-Amour-

Título de revista encontrado en un basural:
¿Alguien ha visto a mi bebé?
Una cucaracha camina por la letra “A”,
“a” de abajo, “a” de amigos,
“a” de almacén, “a” de a…
El “A”lmacén de la esquina está vacío,
ayer cerró por quiebra, dejaron de vender cigarrillos;
Aún tengo uno en mi bolsillo, en realidad, la mitad…
Todo lo tengo por la mitad,
hasta la puta conciencia… ¿Se nota?
-No respondas-

Hoy saldré a correr
y al llegar a la esquina,
volveré a casa y dejaré de pensar un minuto.

¿Sabes?
Los ángeles no vuelan, ¡ni siquiera corren!
son unos malditos holgazanes,
llegan a la esquina y se devuelven a su casa.
Lo sé, no es lo que estás pensando
pero yo lo creo,
yo lo vivo.


Son las ocho de la mañana,
hora de volver a pensar como tú,
como todos.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Mariposas en luna llena


Te invoqué en el espejo
cuando una mariposa,
posada en su metamorfosis,
bebió el color de tu pecho.

No sé si dejaste tus manos en mi espacio,
ni si tus ojos lloraron la saliva que engendré en tus labios.
No sé si la luna llena dibujó tu aliento en mi vientre
cuando en un beso, escribiste mi nombre.

Una cama de nubes,
tejida con plumas entre tus dientes,
llamaban el instante que nació en mi espalda,
enlazando en mi lengua tu columna,
empujando el aullido de tu ojo acorralado.

El embrujo de una mariposa,
aquella que tomada de tus cabellos,
aún revolotea bajo la dicotomía de mi sueño,
me mostró que soy yo
el dulce dolor de tu noche febril.

jueves, 8 de octubre de 2009

No te conoci antes y no viví para perdonarte

(A quienes nunca supieron que alguien existió)


Se fue la vida intoxicada en verbos
cuando en el sollozo de mis latidos
sucumbí ante el regazo de tu incredulidad.
Supe de tu infierno y tus desventuras,
caí sin retroceder entre el veneno
y en una mirada de reojo al infierno
se desvaneció el tiempo.
Aquél tiempo que tejió mis venas,
que te sonreía a instantes,
aquél tiempo que te abandonó.

Sé que me dibujaste sobre un ombligo virgen
mientras mordían tu inocencia
y que el llanto sobrepasó el vacío de una vereda.

Arruiné lo que tus diecisés otoños
preparaban al terminar un verano,
caminé sin rumbo hacia una cuna inexistente,
hacia un sustantivo sin nombre propio
y entre el canto de un pájaro que parte hacia el sur,
me perdí.
Desvié la mirada y mis manos cayeron a tus pies,
me pregunto si me pensabas,
si acaso tus párpados soñaron
con el trinar de un día de abril,
o si mis labios serían tus violines
alados y hambrientos de admiración,
arrullo de besos sin prejuicios,
sin intenciones de imaginar la realidad.

Sé que me querías,
sé que tu calor abrigó mis ansias,
que tus miedos,
aquellos habitantes de sombras
resucitaron el vicio
y el deseo de perderte entre canciones inconclusas.

Quiero sentir
que en ese lecho no existió el arrepentimiento,
que sólo sucumbiste ante el intento de ser tú
y de acariciar el alma de quien no te amó.
Quiero pensar
que no supiste de mí ni de estas palabras,
que no imaginaste el cielo que te entregué mientras dormías.

En mis semanas sellé una página,
una página sin nombre, sin tiempo
y sin registro en el mundo que tú creaste.
No quise destruir tus sueños
ni abandonarte.
No te concí antes y no viví para perdonarte.

Peces