martes, 19 de enero de 2010

Te mastiqué sin lamer

Si no te mordí los ojos,
fue porque mis dientes se desgastaron
al masticar tu entrepierna.
Mientras montaba tu nariz,
la saliva de mis dedos se ofuscó en tu lengua,
enredada en los gruñidos de perro
que buscaban penetrar el anillo escondido de tu sangre.


Vestida de una palabra altisonante
me llamaste puta
y una uña clavada en tu cuello
te mostró que el sol no es lo que imaginabas.


Me autoproclamé tu exclusividad al revés
y recé una plegaria que reposó en tu virilidad erecta,
imponente,
audaz,
altruista,
pero mía.


Si no te lamí las uñas,
fue porque se perdieron en mi columna
al atravesar mis vísceras humedecidas.


En el borde de tu labio inferior
perforé el sello que te esclavizó a los ojos de mi pecho,
probando el sabor agridulce del manantial de especias
ofrecido por la puta que te rompió la cama.
Tú me ladrabas y yo te mordía,
tú me insultabas y yo te succionaba la memoria.


Y así me pregunto,
¿Me seguirás aman(follan)do mañana?

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Peces