Compadezco al cigarro que yace en su cenicero,
compartiendo su mortalidad.
La humanidad los aclama,
los llora, los pelea;
mata por hallar el camino que arrastra sus cenizas,
hasta consumirlos
acabados,
solos...
Comeré de las cenizas que se estrechan.
Diluidas en alcohol, encenderé la fe
y beberé lo consumido,
lo apagado.
Me alimentaré de dinero,
de las frustraciones y la preocupación.
Celebraré casamientos y bautizos
compartiendo alegrías y complicidad.
Mi esófago apaciguará el cigarro del asesino
que viola a su víctima con el filtro apegado a sus labios;
el de las vírgenes
que fingen hacer el amor en sus pulmones.
Beberé las cenizas de las prostitutas
esparcidas y húmedas de fluidos,
rasgando mi garganta en mitades sin definir.
Esconderé entre los dientes,
el humo que nació con las escolares;
levantando sus faldas desvergonzadas
que buscan ojos de párpados entreabiertos.
Así bebo el llanto de su desesperación
y el secreto de tus días interminables;
mientras fumo el último cigarrillo del día.
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