Sé que me he llevado tu corazón anclado a mis amígdalas.
Inevitablemente, hemos teñido de grises
los puentes y las avenidas.
El ruido indecoroso de las risas
ya no es el mismo
y me fui quedando a
medias,
entre tus manos y las mías,
y entre los besos que se disfrazan de bosquejos.
Una selva de transeúntes repica en los semáforos.
Caminan gastándole la voz a las estrellas
y a un mar que se hace cada vez menos infinito.
La brisa me sabe a limón y a caramelo,
a humedad y a catacumbas.
He dejado de entristecer mi mudez,
de girar la almohada en busca del lado más frío.
Y aunque otro cuerpo te regale un nuevo perfume
sé que tus huesos llevarán mi nombre
y que mi bostezo me sofocará con el tuyo.
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