De formas diferentes
conozco el lazo que retiene tu aliento a mis caderas.
El séquito de plateados fluidos
que descienden al abismo,
al vacío palpitante de una pared sin muros,
regresa a besar el vientre que alimenta el calor
y el deseo de beber las ansias.
Somos algo,
un eterno y mortal,
una caída y una extraña necesidad.
El verbo y el adjetivo de roces descalzos,
una playa y una estrella que se posa en mi pecho
para nacer en un grito que pide más.
Amanece
y en el vaho de tu aliento
se desprende un dedo que apunta hacia mi cuello.
Y es así, como en un acto innato de dependencia
me esclavizo a la química de tu sudor
y a la erótica admiración de tus pupilas.
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