domingo, 24 de octubre de 2010

Mientras Dios se tatúa la piel

Hoy, mis muertos no se callan.
Tampoco callan las monedas fundidas en azules amalgamas.
Porque me gusta el azul,
porque la sarna que cubre el césped es parte de mis pies,
porque es mejor venderse que quedar en vitrina.
El solsticio del día de ayer
cubrió parcialmente la frase atípica de sus sentidos,
sucumbiendo ante los episodios más monótonos de austeridad.
Mientras Dios se tatúa la piel,
cien oraciones perforan pieles vírgenes.
Apartando el silencio de los gemidos,
macerando el himen de las tonalidades grises.
Contra el muro, brilla el estandarte de la indiferencia.
Temo que mañana lloraré,
cuando el suicida masturbe su fe y sus creencias.
Sí, mañana lloraré.
Cuando suene la campana que acompaña mi siesta,
al mirar sobre mi hombro descubierto
y ver que no hay nada detrás.

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