jueves, 8 de octubre de 2009

No te conoci antes y no viví para perdonarte

(A quienes nunca supieron que alguien existió)


Se fue la vida intoxicada en verbos
cuando en el sollozo de mis latidos
sucumbí ante el regazo de tu incredulidad.
Supe de tu infierno y tus desventuras,
caí sin retroceder entre el veneno
y en una mirada de reojo al infierno
se desvaneció el tiempo.
Aquél tiempo que tejió mis venas,
que te sonreía a instantes,
aquél tiempo que te abandonó.

Sé que me dibujaste sobre un ombligo virgen
mientras mordían tu inocencia
y que el llanto sobrepasó el vacío de una vereda.

Arruiné lo que tus diecisés otoños
preparaban al terminar un verano,
caminé sin rumbo hacia una cuna inexistente,
hacia un sustantivo sin nombre propio
y entre el canto de un pájaro que parte hacia el sur,
me perdí.
Desvié la mirada y mis manos cayeron a tus pies,
me pregunto si me pensabas,
si acaso tus párpados soñaron
con el trinar de un día de abril,
o si mis labios serían tus violines
alados y hambrientos de admiración,
arrullo de besos sin prejuicios,
sin intenciones de imaginar la realidad.

Sé que me querías,
sé que tu calor abrigó mis ansias,
que tus miedos,
aquellos habitantes de sombras
resucitaron el vicio
y el deseo de perderte entre canciones inconclusas.

Quiero sentir
que en ese lecho no existió el arrepentimiento,
que sólo sucumbiste ante el intento de ser tú
y de acariciar el alma de quien no te amó.
Quiero pensar
que no supiste de mí ni de estas palabras,
que no imaginaste el cielo que te entregué mientras dormías.

En mis semanas sellé una página,
una página sin nombre, sin tiempo
y sin registro en el mundo que tú creaste.
No quise destruir tus sueños
ni abandonarte.
No te concí antes y no viví para perdonarte.

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